Ante la relación que con frecuencia observamos entre «mala pronunciación y dificultades en la adquisición de la lectoescritura» es inevitable preguntarse acerca del funcionamiento del sistema educativo. Lo ideal sería que el niño empezase con la lectoescritura cuando hubiese completado el desarrollo fonológico del lenguaje oral (y no cometiese errores de articulación, de pronunciación, etc.), porque el aprendizaje de la lectura se apoya en este lenguaje.
No tiene demasiado sentido que niños con «lengua de trapo», que no pronuncian ni discriminan bien sonidos parecidos, se enfrenten a la lectura, una actividad que requiere dominar la discriminación para poder conectar el sonido con la pista visual. Cuando nos encontramos con niños con retraso en el área fonológica del lenguaje oral solemos aconsejar a los profesores que esperen a que completen el desarrollo fonológico antes de adentrarse en el aprendizaje de una disciplina que, de otra forma, les resultará muy costosa.
En torno a los tres años, el área fonológica del lenguaje ha alcanzado cierta madurez y cabría esperar que los niños hubiesen adquirido todos los fonemas (a excepción de la /r/, que puede demorarse). Algunos niños cecearán o sesearán pero, por regla general, el repertorio fonético ya estará completo. Por ello, si observamos que un peque de esta edad no es capaz de articular correctamente algunos fonemas, la recomendación es que no esperemos a que tenga que enfrentarse al aprendizaje de la lectura, porque su adquisición será mucho más complicada. Tendremos que trabajar esos fonemas a nivel oral para que pueda adentrarse en la lecto sin problemas.
Los papás y mamás (y en general, todos los adultos) nos adaptamos de inmediato a la lengua de trapo del niño; hacemos un esfuerzo por comprender y conectar con nuestros hijos. Pero los otros niños no harán ese esfuerzo. Si nosotros, los padres, tenemos dificultades para entender a nuestros hijos; si tenemos que pedirles que nos repitan lo que han dicho o que lo digan de otra forma, esto terminará siendo un problema, porque su grupo de iguales no les darán la oportunidad de corregir o aclarar lo que dicen. Es probable que sus compañeros, al no entenderles, dejen de prestarles atención y el niño o la niña termine evitando la interacción verbal.
Los problemas de pronunciación requieren la asistencia del profesional por dos razones clave. En primer lugar, para identificar por qué al niño le cuesta pronunciar esos sonidos (puede tratarse de vegetaciones, respiración oral, poca musculatura orofacial, dificultades de discriminación auditiva…). En segundo, porque los malos hábitos se consolidan con el tiempo, lo que dificultará su corrección. Con un problema añadido: pueden generar situaciones incómodas para el niño con su grupo de iguales que, a la larga, repercutirán en mayor o menor medida en su bienestar emocional.