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Me cuesta prestar atención: ¿tengo TDAH?

La atención, entendida como función básica y transversal implicada en mayor o menor medida en todos los procesos cognitivos, es muy vulnerable.

La existencia de un déficit atencional es un síntoma inespecífico porque no hay una única etiología. De hecho, si analizamos los diagnósticos más habituales (depresión, ansiedad, trastorno obsesivo compulsivo…), la atención, en sus diferentes variantes siempre está afectada en alguna medida.

¿Puede una persona con un trastorno obsesivo compulsivo por la limpieza focalizar su atención en otro estímulo que no sean los ácaros o gérmenes? ¿Puede una persona en plena crisis de pánico, que se ve a las puertas de la muerte, dirigir su atención hacia otro estímulo que no sean sus constantes vitales? ¿Puede una persona sumida en un estado de tristeza aguda, sin motivación por nada, sostener su atención en alguna tarea?

Por consiguiente, siempre que alguien percibe un déficit atencional, hemos de realizar un estudio pormenorizado de todas las esferas de su vida para determinar posibles variables causales que nos permitan asociar esa condición con un trastorno concreto.

Si ese estudio detallado revela la existencia de un TDAH, lo primero que haremos será tranquilizar al o la paciente, porque tener conciencia de una dificultad es el primer paso hacia la mejoría.

Es probable que, al no existir un diagnóstico precoz, esa persona sufra malestar por no disponer de las herramientas necesarias para gestionar algunas situaciones, así que, antes de centrarnos en el TDAH propiamente dicho, pondremos sobre la mesa todo posible lastre que porte: inseguridad, baja autoestima, ansiedad social, indefensión o cualquier otra cosa.

Es conveniente iniciar el proceso terapéutico desmigando todo el malestar que no constituye sintomatología nuclear del TDAH, sino dificultades que surgen por desconocimiento del trastorno y exposición continuada a situaciones de desajuste.

A continuación, familiarizaremos al paciente con el TDAH en general y en cómo le afecta, en particular, en las distintas esferas (cognitiva, conductual, emocional y social). Parte del proceso terapéutico inicial se centrará, por tanto, en la psicoeducación.

Es probable que el profesional también recomiende, en determinados casos, al uso de psicofármacos como complemento del tratamiento para facilitar la focalización de la atención o el control de los impulsos. Dada la complejidad y variabilidad de los síntomas, el psiquiatra elegirá el fármaco más adecuado (estimulante o no estimulante) en función de las características del paciente y siempre después de una minuciosa evaluación.

Y en cualquier caso, la medicación irá acompañada de un programa terapéutico que permita adquirir nuevos aprendizajes. En el transcurso de la terapia, el psicólogo hará un estudio detallado de la rutina del o de la paciente para ofrecerle estrategias que faciliten su desempeño diario y, por consiguiente, favorezcan su bienestar.

 

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