No es infrecuente que el niño experimente disfluencias en el habla entre los dos y cuatro años de edad, coincidiendo con la estructuración sintáctica del lenguaje, o si se producen circunstancias extraordinarias en su entorno como, por ejemplo, el nacimiento de un hermanito o la separación de los padres. Se trata de una disfemia evolutiva que normalmente remite por sí sola en la mayoría de los casos y en la que no es aconsejable la intervención. Sin embargo, los padres hemos de estar atentos a otros posibles síntomas. Esta disfemia evolutiva no debiera prolongar más allá de los siete años.
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