El miedo es una emoción básica esencial con un importante cometido en lo que a nuestra supervivencia se refiere. A través del miedo reconocemos situaciones potencialmente peligrosas que desencadenan respuestas fisiológicas de huída.
Estas respuestas generan, por lo general, sensaciones desagradables. Cuando una persona experimenta miedo, no se siente cómoda, lo que le lleva a evitar esa experiencia.
Afortunadamente, disponemos de una «corteza prefrontal» que madura con el tiempo y nos ayuda a gestionar las emociones -entre ellas, el miedo- modulando su intensidad.
Con frecuencia, relacionamos el miedo con un contexto concreto. Cuando esto ocurre y regresamos a ese contexto, experimentemos la emoción del miedo sin necesidad de que esté presente el estímulo desencadenante original. Hablamos entonces de condicionamiento entre la respuesta de miedo y el contexto.
El miedo infantil
El desarrollo cognitivo infantil progresa a través de diferentes hitos evolutivos, conocidos como «ventanas de desarrollo». Aunque este proceso es continuo, existen momentos en los que se producen avances particularmente notables. Uno de estos hitos tiene lugar en torno a los cuatro años. Este edad suele coincidir con la aparición de miedos en los niños.
Son muchas las teorías que tratan de explicar este fenómeno, pero nosotros optamos por la más sencilla: el desarrollo cognitivo del niño no es homogéneo. De hecho, algunas funciones se desarrollarán antes que otras. Esta disparidad conduce, entre otras cosas, a las reacciones de miedo que observamos en esta etapa.
El niño tiene la capacidad de concebir escenarios imaginarios, pero aún no ha desarrollado los sistemas de regulación necesarios para gestionar las emociones que provocan los mundos de fantasía a los que accede. Además, carece del conjunto de experiencias previas que le permitan comprender y lidiar con esas emociones.
Aunque el miedo es innato en ser humano, el control de esta emoción es algo que el niño adquiere gradualmente a través del aprendizaje. Este proceso implica un componente cognitivo fuertemente condicionado por el contexto y las circunstancias.
Las funciones ejecutivas relacionadas con la corteza prefrontal, que nos ayudan a gestionar conductas y emociones, están altamente influenciadas por el entorno. Si el entorno es enriquecedor, los niños desarrollan habilidades para gestionar sus emociones, también el miedo. Si el entorno no es propicio (debido a una sobreprotección, por ejemplo), el niño puede experimentar dificultades para manejar sus emociones y miedos.
Como adultos de referencia de nuestros hijos, tenemos una función importante en esa gestión del miedo.
La llegada de la noche
La noche es un momento crítico en la vida de los niños, en particular, alrededor de los tres o cuatro años, franja de edad en la que experimentan pesadillas frecuentes. Cuando el niño se enfrenta al momento del sueño, desarrolla reacciones anticipatorias.
Este escenario nos ofrece una magnífica ocasión para trabajar la gestión de las emociones con nuestros hijos. Contamos con múltiples estrategias para abordar este desafío. En el libro «Ya no temo a las pesadillas» presentamos una estrategia basada en la terapia cognitivo-conductual de eficacia acreditada. El protagonista de la historia -Tití- le cuenta a su papá los miedos que siente al llegar la noche. El padre de Tití adopta un enfoque similar al que nosotros recomendamos: escucha al niño, identifica su emoción de miedo y le ofrece una respuesta lógica para reducir su grado de activación (explicándole que los monstruos son producto de su imaginación). Cuando el niño comprende que no hay monstruos en su vida diaria, el padre le proporciona una estrategia: interactuar con los monstruos imaginarios de manera que no provoquen miedo, sino risa. En esencia, papá ayuda a Tití a desvincular la emoción de miedo del contexto, es decir, el momento previo a conciliar el sueño.
octubre 31, 2023
