Durante el último trimestre del embarazo y, en particular, en torno a la semana 32, las áreas corticales y subcorticales del cerebro encargadas de integrar las funciones auditivas, sensoromotoras, cognitivas y emocionales requeridas para procesar sonidos complejos -como la voz o la música-, han alcanzado el grado de madurez necesario para que esto sea posible. El ejercicio constante del sistema auditivo, como resultado de la continua estimulación sonora que experimenta el feto, acelera la maduración del sentido del oído: de hecho, el nervio auditivo es el único completamente mielinizado en el momento del nacimiento del bebé.
Pero, ¿qué oye el feto?
El feto vive inmerso en un ambiente sonoro: conoce y reconoce a través del sonido. Su existencia está condicionada por el líquido amniótico que actúa como transmisor del mundo sonoro que le rodea. Aunque al hablar de sonidos, tendemos a pensar principalmente en el latido del corazón de la madre, son muchos los estímulos sonoros que rodean al futuro bebe: la respiración de mamá, sus ruidos intestinales, sus movimientos físicos y, por supuesto, su voz. La voz de la madre es percibida directamente desde el interior. Cuando esta habla, su voz se propaga desde la laringe, a lo largo de la columna vertebral, y alcanza la pelvis que actúa como caja de resonancia. El diafragma, por su parte, además de estar directamente implicado en la producción del sonido, provoca con sus desplazamientos cambios en la presión abdominal que el feto también percibe. Cuando habla a su bebe, la madre se escucha a sí misma.
El feto percibe el sonido a través del sentido del oído, pero sobre todo a través de sensaciones tónico-motrices. En el interior del vientre de la madre, los oídos externo y medio tienen poca funcionalidad ya que el principal medio de transmisión de las vibraciones es el líquido amniótico. Además, el oído está lleno de líquido que actúa como barrera protectora frente a las grandes perturbaciones sonoras, por lo que la capacidad auditiva es deficiente. El sonido no se propaga través de ondas aéreas sino como ondas líquidas que son percibidas como estímulos acústicos directamente en la cóclea.
El feto también percibe el sonido externo. Cuando este llega hasta él ha debido atravesar previamente el filtro que representa la pared abdominal y el líquido amniótico. Ese filtro modifica y distorsiona no solo la intensidad, sino también el tono y el timbre de los sonidos. En particular, los sonidos agudos o de alta frecuencia son los más distorsionados, mientras que los graves o de baja frecuencia (< 500 Hz) permanecen prácticamente inalterados. La respuesta a los sonidos graves –manifestada a través de los cambios en el ritmo cardio-respiratorio del feto y de sus movimientos faciales y corporales– indica una clara preferencia por las frecuencias bajas. Si mamá es una amante de música clásica, pongamos por caso, y acude a conciertos con cierta frecuencia, es muy probable que su bebé disfrute bastante más con el violonchelo y el contrabajo que con los violines y las flautas.
Las producciones vocales de la madre –las frecuencias que utiliza– desencadenan diferentes respuestas. Así, una voz grave es percibida como protectora; los sonido de frecuencia media transmiten afecto y los tonos agudos sensación de competencia.
¿Reconoce el feto la voz de la madre?
El feto reconoce la voz de la madre y, en particular, los aspectos prosódicos de la misma: la entonación, las pausas, la melodía… El tono y la melodía de la voz materna envuelven y estimulan al niño, que es capaz de percibir su ritmo y musicalidad. El ritmo vocal hará que se sienta tranquilo o excitado, seguro o atemorizado. A través de la voz de la madre, el feto entra en sintonía con ella y reconoce y comparte sus sentimientos, vivencias y estados de ánimos.
El primer trimestre de gestación se caracteriza fundamentalmente por el diálogo interior: madre e hijo son uno y la misma persona. A partir del segundo trimestre, el feto se manifiesta como ser único y diferenciado. La comunicación se transforma en una experiencia tónica y fónica: con su voz, la madre provoca las movimientos y las reacciones en su hijo. Durante el tercer trimestre, la relación afectiva madre-hijo se manifiesta con una intensidad hasta entonces desconocida y se modifica la calidad tímbrica de la voz materna. Los sonidos, los silencios, el diálogo interior, la calidad armónica de la voz, la palabra dirigida al niño: esta interacción precoz entre madre e hijo no solo refuerza los lazos afectivos, sino que predispone al recién nacido para la adquisición del lenguaje.
Pero también los sonidos externos, aunque amortizados, son percibidos por el feto. La voz de papa o de los hermanos estimulan el sistema neurosensorial del niño durante su desarrollo prenatal. Investigaciones recientes parecen indicar que la voz de cada una de los progenitores posee propiedades específicas que se traducen en respuestas diferenciadas: la voz paterna desencadena impulsos nerviosos en las conexiones neuronales que inervan el tronco y las extremidades inferiores del feto, mientras que la voz materna estimula la parte superior del cuerpo. La voz de los padres es la vía de conexión del niño con el mundo circundante y un poderoso estímulo para su desarrollo global como ser cognitivo, emocional y social.
Lara Mazzoni (Musicoterapeuta)
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