Llega el verano, el sol luce en todo su esplendor, los niños pasan más tiempo al aire libre y los padres nos esforzamos por protegerlos debidamente para evitar daños en la piel: enrojecimiento, eritemas solares, reacciones alérgicas y mayor riesgo de sufrir cáncer de piel en un futuro.
De entre los distintos tipos de radiaciones solares, hay dos particularmente nocivas: los rayos ultravioleta A (UVA), causantes del envejecimiento prematuro y del cáncer de piel, ya que alcanzan las capas más profundas de la dermis, y los rayos ultravioleta B (UVB), que afectan a nivel más superficial, producen quemaduras solares y también elevan el riesgo de desarrollar cáncer de piel.
Es importante que protejamos a nuestros pequeños de la acción directa de los rayos del sol durante todo el año, pero más aún en verano. Las siguientes recomendaciones nos ayudarán a velar por su seguridad:
- Evita o reduce al máximo la exposición al sol entre las 12 y las 16 horas. En esta franja horaria el efecto de los rayos es más nocivo puesto que inciden verticalmente.
- Aplica crema de protección solar con frecuencia.
- Utiliza ropa apropiada, sombreros o gorras y gafas de sol.
- Haz que los niños permanezcan a la sombra. Aun así, sigue siendo conveniente el uso de crema de protección solar, ya que sombrillas, árboles e incluso nubes no impiden por completo el paso de los rayos ultravioleta.
- Evita que se queme la piel.
¿Qué crema de protección solar utilizo y con qué frecuencia?
Al elegir la crema hemos de tener en cuenta el factor de protección solar (FPS) ya que este índice numérico indica su eficacia a la hora de protegernos frente a las radiaciones ultravioletas B (UVB) y el tiempo que podemos permanecer expuestos al sol sin que la piel enrojezca. En el niño es aconsejable utilizar un factor de protección mínimo de 30 y, preferiblemente, superior. Aunque el tiempo teórico de protección de una crema puede ser elevado —en el caso del FSP50, por ejemplo, se estima en unas ocho horas—, dados los muchos elementos que intervienen en cada caso concreto (tipo de piel, grado de transpiración, lugar de exposición, forma de aplicación del producto, intensidad de las radiaciones, si nos bañamos o no…), se recomienda la aplicación de la crema solar con una frecuencia de dos horas. Por el etiquetado sabremos si la crema también ofrece protección contra la radiación ultravioleta A (UVA) y si es resistente al agua, algo muy conveniente cuando acudimos a la playa.
Entre 15 y 30 minutos antes de la exposición al sol, aplicaremos una cantidad generosa de crema sobre todas las zonas corporales no cubiertas, con la piel seca. Cada dos horas —como mucho— repetiremos la aplicación, y siempre después del baño (aunque se trate de crema resistente al agua). Pondremos especial cuidado en las partes del cuerpo más sensibles: manos, empeines, orejas, hombros, cara, cuello, escote y calva. Y no debemos olvidar la protección de los labios utilizando barras labiales fotoprotectoras.
Las cremas de protección solar tienen un periodo de caducidad. A partir de esa fecha –que aparece impresa en el envase– el producto se degrada y pierde eficacia. Una vez abierto el envase, la vida útil de estos protectores suele ser de un año, por lo que no es conveniente utilizar los restos que conservamos del verano anterior.
¿Hay algún tipo de ropa o complementos más efectivo?
Cuanta mayor extensión de piel cubra la prenda, más eficaz será. Las prendas claras y los tejidos naturales como el algodón o el lino nos resultan más frescos y agradables en época de calor, pero eso no significa que sean buenos protectores frente al sol. Al contrario: como bien saben los pueblos que habitan en el desierto, son las prendas más tupidas y oscuras las que aportan mayor protección. Además, una prenda nos protegerá mejor si es holgada y no está pegada al cuerpo, y peor si se moja o está desgastada.
Aunque no siempre se indique en las etiquetas, también se asigna un factor de protección solar a las prendas de vestir. Se designa con las siglas UPF y, al igual que la crema, cuanto más alto es, mayor es su eficacia. No es necesario que toda la ropa de nuestro hijo tenga un UPF elevado (en muchos casos, ni siquiera figurará en la etiqueta), pero sí la que vaya a utilizar durante periodos prolongados de exposición al sol (en la playa, piscina, monte…).
Son preferibles los sombreros de ala ancha, ya que también protegerán los ojos, la cara y el cuello. Y lo mismo es aplicable a las gorras: una buena visera amplia la protección.
En cuanto a las gafas de sol, elegiremos un modelo que se ajuste a la cara del pequeño: que no le aprieten ni se le caigan al mover la cabeza. No todos los cristales protegen de los rayos de sol aunque oscurezcan la visión; la mejor garantía es adquirir las gafas en una farmacia u óptica.
¿Cómo protegemos a los bebés?
Si nuestro hijo tiene menos de seis meses, no es conveniente que le apliquemos crema ya que puede producirse una reacción cutánea indeseable. Por otra parte, el niño todavía no segrega de manera correcta la melanina –el pigmento que protege la piel– y su piel es muy sensible, por lo que tiene mayor probabilidad de sufrir quemaduras o deshidratarse. Mantenerlo a la sombra, con gorro, ropa y sombrilla, es la más eficaz de las protecciones.
Otras consideraciones a tener en cuenta:
- Por regla general solo nos preocupamos en verano de proteger la piel de nuestros hijos; sin embargo, el sol siempre es dañino y deberíamos utilizar fotoprotectores todo el año.
- Durante la adolescencia se tiende a prestar menos atención a los efectos del sol. No obstante, la piel sigue siendo sensible y el riesgo de padecer envejecimiento prematuro o cáncer de piel es elevado. Es importante que recordemos a nuestros hijos la conveniencia de prevenir y aplicarse crema protectora regularmente.
- Después de la exposición al sol, es aconsejable duchar al niño con agua templada —sobre todo si se han bañado, para eliminar la salitre o el cloro— y aplicarle una crema hidratante. Hay cremas para después del sol (aftersun) especiales para los más pequeños.
- Aunque la piel es más propensa a sufrir lesiones durante la niñez y la juventud, también los adultos debemos protegernos de los efectos del sol. Por el bienestar de nuestra piel y porque damos ejemplo a nuestros hijos: no olvidemos que aprenden mucho más de nuestros actos que de nuestras palabras.
Uxue Montero