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¿Padres culpables?

Tartamudez y papel de los padres

Son muchos los padres de niños con disfemia que llegan a consulta con cierta sensación de malestar porque piensan que, de alguna manera, han provocado o fomentado la tartamudez de sus hijos. Pero esto no es así: rara vez la tartamudez tiene su origen en factores externos. Dicho esto, hemos de añadir que, de la misma forma que no son la causa de una tartamudez, los padres sí pueden ser un factor de relevancia en el mantenimiento del habla disfémica o en el empeoramiento de algunos de sus síntomas. Las razones son diversas y en esta entrada haremos referencia a algunas de las más frecuentes:

Conversaciones-interrogatorio

Una reacción natural de los padres cuando el niño tartamudea es someterlo a una batería de preguntas porque sienten la necesidad de comprobar si su hijo sigue tartamudeando o si se ha producido una mejora o, por el contrario, un empeoramiento de las disfluencias. La interacción entre padres e hijo se transforma en un interrogatorio en la que el niño se ve prácticamente obligado a responder a cuestionarios diarios.

Limitaciones de tiempo

El niño con tartamudez necesita tiempo para prepararse y organizarse y, sobre todo, para no ponerse nervioso. No es necesario que haya una indicación verbal por parte de su interlocutor, ya que nuestro lenguaje corporal, la forma en cómo escuchamos, transmite mucho más que nuestras palabras: el niño percibe que su interlocutor está esperando y entra en una dinámica en la que las emociones se disparan y, con ellas, los problemas de fluidez.

La forma importa más que el fondo

El niño necesita que sus padres atiendan al mensaje que quiere transmitir. Un error típico cuando se producen disfluencias es fijarnos en cómo habla nuestro hijo en lugar de prestar atención a lo que nos cuenta. El niño se esfuerza por comunicarnos algo que considera relevante y el no poder hacerlo le genera gran frustración.

Comentarios bienintencionados, pero inadecuados

Los padres tratan de hacer lo que creen que es mejor para sus hijos y los profesionales sabemos que no hay mala intención en los comentarios del tipo «estate tranquilo», «no te preocupes», «no te pongas nervioso» u otros similares con los que pretendemos tranquilizar a nuestro hijo. La cuestión es que el niño que tartamudea no está nervioso… o al menos no lo estaba hasta que el adulto (o niño) con el que interacciona empieza a poner el foco en cómo lo está haciendo con esas observaciones sobre su estado de ánimo.

Un modelo facilitador de la fluidez del habla

Cuando tratamos a niños disfémicos utilizamos, en líneas generales, dos tipos de intervención: la indirecta, si el paciente es un niño pequeño (etapa infantil), en la que los padres actúan como «coterapeutas», y la directa, si el niño cursa primaria y es, por tanto, consciente de sus dificultades. En esta segunda modalidad el abordaje de la disfemia tiene lugar entre terapeuta y paciente.

telvision

La terapia indirecta requiere trabajar con los padres porque el objetivo fundamental es que el niño no sea consciente de sus dificultades de fluidez en el habla. Para ello es necesario que los papas actúen con total naturalidad aunque su hijo se atasque, repita palabras o manifieste cualquier síntoma de malestar. Los padres deben ser capaces de mantener una escucha activa y una actitud amigable y tranquila –exactamente aquella que mostrarían si no mediasen disfluencias– para que el niño pueda transmitir su mensaje sin sentirse mal por el tiempo que invierte en hacerlo o por la forma en cómo lo hace.

Los padres que intervienen en la terapia indirecta deben adquirir, entre otros aprendizajes, un modelo facilitador de la fluidez del habla. Tengamos en cuenta que el niño imita a sus papás en todo, por lo que, si estos son capaces de relacionarse con su hijo utilizando el modelo facilitador que practican en sesión, el niño lo imitará de forma natural. Intervenimos así sobre el niño sin que este sea consciente de ello.

Mantener ese patrón de habla al comienzo del tratamiento puede resultar complicado para cualquier familia, ya que no es esta la forma natural en cómo se expresan los padres. Por eso les explicamos que, en lugar de pretender mantener ese modelo continuamente –lo que resultaría agotador para cualquier persona– es preferible dedicar determinados momentos del día a trabajar con su hijo el ritmo y la fluidez del habla. Por regla general, los padres suelen optar por la última hora del día, antes de que el niño se vaya a la cama.

El juego de modelado es un eficaz recurso para practicar el habla en casa: queremos que el niño imite a papá y a mamá, así que bienvenidas sean todas las actividades que potencien la imitación del modelo lingüístico deseado. Puede tratarse del juego de «Carlitos imita lo que hace papá» o cualquier otro que se nos ocurra: ¡demos vía libre a la imaginación familiar como mecanismo facilitador de la fluidez del habla!

La lectura de cuentos es otro excelente recurso al tratarse de una actividad que gusta y motiva a la gran mayoría de los niños. Durante la lectura de un cuento, papá o mamá tienen la oportunidad de ofrecer ese modelo de habla lenta en el que han sido previamente entrenados en consulta y en el que se presta gran atención, en particular, al inicio de cada producción verbal (ya que las disfluencias se producen principalmente en el arranque, donde un exceso de tensión provoca el bloqueo del niño).

Pintar o manipular objetos puede ser otra excelente táctica. Los niños se relajan mucho cuando realizan actividades sensoriales como manipular plastilina o arena mágica, y esa relajación se traslada al habla, por lo que el momento en el que están inmersos en esa actividad es una magnífica ocasión para que nos cuenten cómo han pasado el día, por ejemplo.

Aprender a mantenerse en segundo plano

No terminar las frases iniciadas por el niño, respetar sus tiempos o no hacer referencia a su estado de ánimo son algunas pautas generales que debe aplicar todo padre o docente con la persona disfémica, pero no podemos dejar de citar otra de gran de eficacia, que con frecuencia pasamos por alto, y que probablemente engloba a todas las demás: dar espacio al niño para que sea este quien inicie esa interacción de forma espontánea. Los niños tienen muchas cosas que contarnos. Su mundo es fantástico, probablemente bastante más que nuestro mundo de adultos. Dejémosles que hablen de forma espontánea; que sean ellos quienes inicien la interacción sin necesidad de ser dirigidos. Si hay algo que debemos aprender los padres es a mantenernos en «segundo plano». Si nos paramos a pensar en nuestro día a día, observaremos que la interacción con nuestros hijos es unidireccional: el adulto pregunta y el niño responde. Incluso cuando jugamos con nuestros hijos tratamos de imponer nuestras reglas. Tal vez el juego nos resulte así más entretenido. La cuestión es si también resulta entretenido para nuestros hijos.

Me gustaría aprovechar esta entrada para hacer una recomendación general, con independencia de que haya o no disfluencias: «mantengámonos en segundo plano y observemos y escuchemos a nuestros hijos». Estoy convencida de que respetando ese espacio, el niño se expresará de forma mucho más fluida y sin tensiones. Si, a pesar de ello, observáis cualquiera conducta o señal que dispara vuestras alarmas, es el momento de solicitar consejo profesional.

Icíar Casado (Psicóloga)


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