La viñeta de hoy tiene por propósito plasmar la importancia de la «escucha activa» y del «tiempo compartido»; ese que muchas publicaciones suelen denominar «tiempo de calidad».
Así que, en este post, en lugar de enfocarme en la importancia del modelo de los padres y en la necesidad de hacer autocrítica antes de exigir determinados comportamientos de nuestros niños y adolescentes -aunque la viñeta también sirve para recordarlo-, me gustaría centrarme en la relevancia del «estar y compartir».
Dada las muchas obligaciones -unas indispensables, otras autoimpuestas- inherentes a nuestro rol de padres y educadores, nuestro tiempo suele ser limitado, así que lo dedicamos a cuestiones que consideramos imprescindibles para el bienestar de nuestros hijos: las tareas escolares y el traerlos o llevarlos a actividades extraescolares son un ejemplo de esto. Y con frecuencia pasamos por alto el valor de compartir espacios con ellos sin más razón que disfrutar de nuestra mutua compañía.
Pensemos en lo siguiente: salvo en casos puntuales, cuando compartimos momentos con nuestros amigos, no lo hacemos por obligación, sino por el simple placer de su compañía, sus conversaciones y el enriquecimiento mutuo. Como seres sociales y emocionales, nos resulta gratificante relacionarnos con otros adultos con quienes nos une el afecto, sentirnos escuchados y comprendidos y, por supuesto, poder conectar a nivel emocional. Esas interacciones satisfactorias son clave para un desarrollo psicológico sano.
¿Qué ocurre, entonces, con las relaciones adulto-niño?
En primer lugar, son relaciones verticales. El adulto considera que siempre tiene que haber un motivo u obligación para interactuar con el niño y presta poca importancia a los momentos compartidos sin un propósito concreto. A veces, al ser conscientes de esto, tratamos de forzarlos. Es cierto, estamos físicamente presentes, pero nuestra mente está en otra parte, distraída por innumerables estímulos. Estos pueden ser externos, como el móvil, o internos, como las preocupaciones o las interminables tareas pendientes.
A menudo destaco la importancia de reforzar las vías de comunicación con nuestros hijos desde que son pequeños, porque ese será nuestro puente de conexión cuando alcancen la adolescencia y se compliquen las relaciones con los padres. Esos momentos compartidos, en los que dejamos de lado las obligaciones, preocupaciones o distracciones digitales para disfrutar de la compañía de nuestros hijos, son el mecanismo perfecto para fortalecer los lazos de afecto y confianza. Y la escucha activa es la mejor de las herramientas.