Padres y madres suelen acudir al psicólogo cuando detectan problemas en sus hijos, ya sea de comportamiento, bajo rendimiento escolar o cualquier otra causa. (No puedo evitar hacer aquí una aclaración políticamente incorrecta: utilizo la expresión «padres y madres» más como un deseo que una realidad. De hecho, en el 90% de los casos, quienes acuden a consulta son las madres).
Una vez expuesto el motivo de la consulta, el o la psicóloga suele decantarse -si los niños son muy pequeños- por la intervención centrada en los padres, ya que si dotamos a estos de estrategias es más eficaz la implementación de cambios.
Hasta aquí, nada que objetar. El problema surge cuando el terapeuta recurre a un enfoque estándar y aplica un protocolo genérico de entrenamiento familiar, sin tener en cuenta las particularidades de la familia ni su contexto.
No hay familias iguales: están las que cuentan con redes familiares extensas y las que carecen de apoyos; las que disponen de recursos económicos y las que a duras penas llegan a fin de mes; las que disfrutan de una adecuada conciliación familiar y las obligadas a delegar en terceros el cuidado de sus hijos; las numerosas y las de hijo único. Tenemos, además, las características particulares de cada uno de los progenitores.
Un enfoque terapéutico que ignore esas diferencias incluirá un sinfín de cambios que, aunque bien intencionados, terminarán casi seguro siendo inviables y provocando el efecto contrario.
Veamos un ejemplo: recomendar a los padres que aumenten la frecuencia de salidas al parque con su hijo para trabajar dificultades de socialización en un contexto ecológico es una pauta razonable. Pero si sus horarios hacen que esta sugerencia sea fuente de estrés para todos, carece de sentido plantearla. O pensemos en un niño con TDAH cuyo padre es hiperactivo. ¿Asignaríams a este el rol de organizar la vida de su hijo? Es poco probable que el resultado sea el deseado y tal vez convendría pensar en otra distribución de roles familiares entre progenitores.
El terapeuta debe realizar un trabajo muy fino, basado en un conocimiento profundo de los padres y de la estructura familiar, para diseñar estrategias asumibles.
¿Cómo hacemos para adaptar las pautas terapéuticas a la realidad de cada progenitor? El psicólogo sugiere una serie de cambios prácticos orientados a mejorar las dinámicas familiares. A continuación, analiza esas pautas con los padres para establecer, con total sinceridad, cuáles de ellas están en condiciones de asumir. Diseñar un programa terapéutico sin su consenso carece de sentido, porque no podrán cumplirlo.
Cuando los padres llegan a terapia, el simple hecho de pedir ayuda es un paso importante. Como profesionales, debemos reconocer y reforzar ese mérito. A partir de ahí, trabajaremos objetivos muy concretos, en estrecha colaboración con ellos, para que sientan en todo momento que tienen el control de su vida.