Con cierta frecuencia, recibimos consultas de padres y madres preocupados por el comportamiento de sus hijos en casa. Estos comportamientos pueden manifestarse también en el colegio, pero no siempre es así: los profesores hablan de niños ejemplares mientras los padres describen auténticas contiendas diarias.
Cuando una familia decide contactar con un profesional de la psicología, suele estar al límite y acumula gran malestar emocional. Ha pasado mucho tiempo intentando abordar esos problemas de conducta con las herramientas a su disposición sin obtener resultados. Para cuando llega al gabinete, el desgaste es considerable.
Este primer contacto nos ayuda a entender la situación y las dinámicas familiares. Durante la valoración posterior del niño o la niña consideraremos todos los aspectos relacionados con su desarrollo y temperamento y también las variables contextuales, entre ellas, la relación con los padres y hermanos.
Investigaremos, por consiguiente, los recursos con los que cuentan los padres, qué han intentado, qué ha funcionado, cómo evalúan los resultados y si se han producido cambios en la familia. Esta evaluación exhaustiva nos permite establecer una jerarquía de relevancia de conductas y decidir sobre cuál de ellas comenzamos a intervenir.
Informar y formar a la familia
Antes de iniciar el proceso de intervención, hemos de tener en cuenta algunas cuestiones preliminares:
- Las familias deben tener un buen conocimiento del problema y de sus causas. Muchas veces, parte del problema está relacionado con el temperamento del niño y su contexto de aprendizaje. El niño expresa ese temperamento en situaciones cotidianas y la forma en cómo manejan los padres esas situaciones influye en su aprendizaje y comportamiento futuro.
Detrás de muchos problemas de conducta, hay un niño impulsivo que no tolera la frustración y reacciona con explosiones de ira. Los padres, en su desconocimiento, recurren a estrategias que no ayudan a un manejo efectivo de la impulsividad e incluso pueden resultar contraproducentes.
Al explicar a las familias qué es, por ejemplo, la impulsividad, no buscamos justificar el comportamiento de sus hijos, sino que comprendan que estas explosiones de ira están relacionadas con el neurodesarrollo del niño y escapan, a menudo, a su control.
Este conocimiento tiene un efecto importante: los padres dejan de atribuir una intencionalidad negativa al comportamiento de su hijo o hija -es decir, de verlo como un acto de desafío o desobediencia o movido por el ánimo de molestar-. Esto reduce de inmediato la carga emocional. Entender los comportamientos problemáticos como una forma de comunicar necesidades insatisfechas o emociones abrumadoras ayuda a los padres a abordar las causas subyacentes, en lugar de reaccionar ante los síntomas exclusivamente.
Ese sentimiento de culpa
- Comentarios hirientes realizados en momentos de tensión, comportamientos inadecuados durante las discusiones, pensamientos negativos sobre sus hijos e incluso sentimientos de rechazo provocan un sentimiento de culpa en los padres que es necesario abordar.
Es cometido del profesional tranquilizar a las familias y hacer que los padres comprendan que esos sentimientos no son más que el resultado de haber intentado infructuosamente innumerables estrategias educativas.
Relaciones entre padres e hijos
- Una vez informada la familia y reducido su nivel de estrés, es el momento de analizar las relaciones entre sus miembros. Es habitual que, en familias con niños con problemas de conducta, las relaciones entre padres e hijos sean complicadas y giren en torno a las dinámicas de castigo y las amenazas. Esto termina afectando a los otros hermanos y condiciona, en muchos casos, la relación de pareja.
Por lo tanto, nos esforzaremos por identificar situaciones positivas entre padres e hijos que podamos rescatar y fortalecer. Si, por el contrario, observamos que la dinámica familiar se reduce a regañinas y enfados, tendremos que buscar la forma de generar situaciones comunicativas y de disfrute compartido que fomenten los vínculos afectivos.
El trabajo sobre la conducta infantil no es una tarea sencilla. Las familias se enfrentarán al desafío de reevaluar y modificar muchas de las prácticas y rutinas que han venido aplicando hasta ahora. Necesitarán aprender, probablemente, nuevas estrategias de comunicación, disciplina positiva y métodos para fomentar la colaboración, el entendimiento y el respeto mutuo.
Por tanto, además de los límites y cambios -que será imprescindible introducir-, necesitamos momentos en los que padres e hijos compartan experiencias gratificantes. Únicamente generando vínculos positivos alcanzaremos los resultados deseados.