Es posible que te sientas preocupado porque notas que algo ha cambiado en tu hijo. Quizás le cuesta controlar su conducta, respetar límites o relacionarse con sus compañeros. O tal vez dedique muchas horas al estudio sin que ese esfuerzo se refleje en sus calificaciones. O puede que le cueste iniciarse en el lenguaje, o lo ha hecho, pero su habla resulta inteligible para los otros y se muestra reacio a utilizar el lenguaje oral como medio principal de comunicación… Las razones por las que un padre o una madre decide acudir a consulta con su hijo son innumerables y, por regla general, tienen un motivo bien fundado. E incluso aunque se trate de una mera respuesta fisiológica propia de la edad que pueda confundirse con un problema emocional o de comportamiento, el terapeuta es la persona indicada para responder a cualquier duda o inquietud manifestada por los padres. En cualquier caso, sois vosotros quienes decidís solicitar asesoramiento profesional ante una situación que os preocupa y quienes, llegado el momento, convenís en que vuestro hijo sea valorado.
Una diferencia importante
El proceso de evaluación infanto-juvenil presenta, por tanto, una diferencia importante respecto a la evaluación del adulto: no es el niño quien decide acudir al psicólogo o logopeda; de hecho, es posible que ni siquiera sea consciente de que existe un problema o de que el malestar físico que siente no tiene una causa orgánica. Sois los padres los que tomáis la decisión de consultar con el profesional, preocupados por el bienestar del menor, y de vosotros depende en gran medida el estado de ánimo y las expectativas con las que vuestro hijo acude a consulta.
Por ello, cuando hables con tu hijo respecto a la evaluación, sea esta psicológica, psicopedagógica o logopédica, recuerda:
- Los psicólogos y logopedas son profesionales que ayudan a resolver dificultades lingüísticas, comunicativas, cognitivas, emocionales, conductuales y sociales. Los padres deben hablar con total naturalidad cuando se refieren a estos profesionales para no generar una percepción negativa en el niño o la sensación de que acude a consulta como castigo por su comportamiento o bajo rendimiento. Nada hay de extraño en acudir al ambulatorio cuando el niño vomita o tiene fiebre. De hecho, nadie se avergüenza o se siente culpable por tener fiebre. El niño pequeño entenderá perfectamente que el psicólogo o el logopeda es un «médico de los sentimientos» o un «médico que ayuda a quienes tienen problemas para aprender a leer», por ejemplo, con una ventaja añadida: no utiliza inyecciones ni te receta medicamentos que saben mal ni coloca depresores linguales en la boca para ver el estado de las amígdalas. Los padres deben transmitir al niño la idea de que tan natural es acudir al médico cuando se tiene un malestar físico como acudir al psicólogo o logopeda cuando lo requiere otro tipo de dificultades. Y, de la misma forma que el niño contesta a su pediatra sin dudarlo cuando le pregunta si le duele la barriga, alentarle a que hable libremente con el terapeuta y le comunique sus preocupaciones.
- Deposita y demuestra que tienes confianza en el profesional que realizará la evaluación. Si el niño percibe inseguridad en los padres o falta de credibilidad en el profesional o en la evaluación que llevará a cabo, se mostrará reacio a hacerla, lo que alargará y dificultará notablemente el proceso.
- Evita comentarios negativos hacia las capacidades o el comportamiento del niño. El niño acude al centro porque tiene necesidades específicas que pueden estar repercutiendo sobre numerosas facetas de su vida. La evaluación psicológica nos permitirá identificar esas dificultades y la magnitud de las mismas, pero también destacará todo el repertorio de habilidades y potencialidades con las que cuenta el niño y que, en muchos casos, pasan desapercibidas a causa de sus déficits. Es habitual (y esto también es aplicable a los adultos) que el paciente focalice su atención en los aspectos que considera deficitarios; en todo aquello que le hace reaccionar, comportarse o pensar de forma diferente a como le gustaría. La evaluación también nos permite «nivelar la balanza» y hacerle ver la otra parte –sus muchas fortalezas–, que serán el motor del cambio una vez iniciada la terapia.
- Relaciónate con tu hijo desde la empatía y el positivismo. Cuando el niño comienza una evaluación, sea del tipo que sea (logopédica, psicológica o psicopedagógica) sabe, en mayor o menor medida, que tiene una dificultad que, en muchos casos, le genera malestar emocional. Conocer esas dificultades nos permitirá establecer conexión emocional con el niño y hacer que se sienta arropado y comprendido. Si tratamos de negar, hacer como que no pasa nada u ocultar las dificultades del niño, este se sentirá desvalido, incomprendido y, probablemente, avergonzado, al no encontrar apoyo en los padres, sus figuras de referencia. Este vínculo emocional con nuestro hijo debe acompañarse de una buena dosis de positividad y entusiasmo tanto durante el proceso de evaluación como la terapia, de haberla.
- El proceso de evaluación puede prolongarse, dependiendo de los casos, durante varios días. Todas las pruebas y tests están adaptados a las edades a las que se destinan y se han diseñado, siempre que ha sido posible, en forma de juego. Algunos, sin embargo, requieren cierto nivel de concentración y atención que puede resultar cansado o provocar ansiedad en niños con determinadas dificultades o muy perfeccionistas. El niño debe tener claro que no hay resultados buenos o malos y que en ningún caso se trata de ponerle una nota o calificar su rendimiento.
Dicho lo anterior, os proponemos un ejemplo práctico de cómo podemos explicar a nuestro hijo pequeño que va a iniciar una evaluación: