Nuestra conducta, en particular, si nos enfrentamos a situaciones complicadas, se guía por un lenguaje interno que nos ayuda a planificar, organizar y monitorizar todos los pasos que vamos dando.
Los adultos ya hemos sido capaces de desarrollar este lenguaje interno, pero los niños tienen que ir madurando todas las funciones imprescindibles para desarrollarlo. Un niño o niña sin dificultades lo hará de manera espontánea por simple exposición al estímulo verbal. Sin embargo, nos encontramos con niños (también con algunos adultos) que no logran desarrollar un buen lenguaje y, por tanto, tampoco un lenguaje interno, por lo que necesitan apoyo externo.
Eficacia de las autoinstrucciones
Cuando esto ocurre cobran importancia las autoinstrucciones. A través de ellas, el adulto guía en voz alta al niño, ante una situación determinada, indicándole qué pasos debe ir dando para que los interiorice paulatinamente.
La valía de las autoinstrucciones está más que probada, pero para que sean verdaderamente eficaces es necesario que el niño tenga conciencia y pueda detenerse a pensar sobre el uso de las mismas.
«Parar, pensar, actuar»
Por consiguiente, cuando el adulto trabaje con el niño a través de autoinstrucciones, tendrá siempre en cuenta la secuencia siguiente:
- Primero paramos.
- Después pensamos (enseñamos al niño a verbalizar todos los pasos que tendrá que ir dando).
- Por último actuamos de forma organizada.