Las dificultades del sueño son motivo frecuente de consulta en cualquier gabinete psicológico, en particular, las alteraciones del sueño relacionadas con el diagnóstico TEA.
Por ello, quisiera aportar en esta entrada algunas pautas generales para favorecer las rutinas del sueño en niños pequeños, tengan o no dificultades. No olvidemos, sin embargo, que cada niño tiene sus propias especificidades, que han de ser tenidas en cuenta y que, en ocasiones, requerirán una intervención diseñada entre la familia y el terapeuta.
Una adecuada rutina del sueño se fundamenta en cuatro pilares:
- Establecer una clara diferenciación entre el día y la noche.
- Evitar hábitos que dificulten el sueño.
- Incorporar un ritual previo al momento de ir a la cama.
- Implementar un sistema de recompensas que facilite el acto de irse a la cama.
Pautas generales para la consecución de los objetivos citados
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Mantener un horario estricto durante toda la semana (y cuando decimos «toda la semana» queremos decir de lunes a domingo). Sabemos que esto puede ser incómodo para las familias, que desean tomarse un merecido descanso y relajar horarios después de una semana de madrugones, pero el niño pequeño no es capaz de diferenciar entre una jornada laboral y un día festivo, por lo que estos cambios de horario le inducirán a confusión, en particular, cuando empezamos a incorporar esta rutina del sueño.
El niño se acostará y levantará todos los días a la misma hora aproximadamente. Por regla general, los niños pequeños necesitan dormir unas 11 horas: 10 horas por la noche y entre 60 y 90 minutos de siesta. También debemos respetar el horario de las siestas y evitar que duren más de hora y media para no interferir en el descanso nocturno del pequeño.
La siesta se realizará siempre después de comer, no antes. Es importante tener esto en cuenta, porque muchas veces, cuandos nos desplazamos en coche, salimos a dar un paseo o realizamos una actividad relajante para el niño, este se duerme antes y no después de la comida. Es mejor preverlo y llevar a mano algún objeto estimulante para evitar que se quede dormido. Manipular un juguete, por ejemplo, puede ser una forma de mantenerlo despierto durante el trayecto en coche y, aunque debemos evitar su abuso, la utilización puntual de una pantalla también puede ayudarnos a que no se duerma.
Si por alguna circunstancia se alarga la siesta, eso no significa que debamos retrasar la hora de irse a la cama. El niño se acostará a la hora acostumbrada. Tal vez permanezca un tiempo despierto jugueteando, balbuceando o canturreando en su cuna o cama antes de dormirse, pero es importante respetar el horario. Lo mismo es aplicable al despertar. Salvo circunstancias excepcionales, se levantará siempre a la misma hora aunque se haya acostado un poco más tarde. El éxito en la adquisición de rutinas estriba en su repetición, con los menores cambios y excepciones posibles, para que el niño las interiorice sin dificultad.
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Cuando hablamos de dormir, nos referimos a dormir. El niño se acostará cuando le corresponda, pero para que esto se produzca de forma natural y sin rabietas es recomendable establecer un ritual que le vaya anticipando el momento de ir a la cama. Este ritual no debe ser demasiado extenso (es preferiblemente que no supere la media hora), porque corremos el riesgo de que en lugar de relajarse vuelva a activarse, confundiendo de nuevo el día y la noche. Nuestro objetivo es que el niño establezca la relación «día = activación» y «noche = relajación» y entienda que el cuerpo se relaja durante la noche para descansar y recuperar las energías necesarias para afrontar un nuevo día. Un ritual previo excesivamente largo puede reactivar al niño y provocarle confusión.
¿En qué consiste el ritual previo?
Lo más sencillo y eficaz es incorporar rutinas preparatorias como el baño y una cena ligera para, a continuación, introducir la tarea o actividad relajante que constituye el ritual previo. Los padres debemos investigar los gustos de nuestro hijo, porque cada niño tiene sus propias preferencias. Por regla general, las tareas manipulativas (manipular plastilina o blandiblú; pintar o colorear mandalas, etc.) y los cuentos son actividades adecuadas para propiciar el sueño. Quiero hacer un inciso aquí: nuestros hijos pedirán que les leamos un cuento tras otro, pero lo idóneo es leerles un solo cuento y hacerlo en su habitación. Una vez concluido, el niño se meterá en la cama: nuestro objetivo es que asocie la cama con el acto de dormir.
Si el niño lo necesita, podemos reforzar la rutina anterior mediante el uso de pictogramas. Podemos colgar, por ejemplo, un par de pictogramas en la puerta de su habitación en los que se muestre un cuento u otro elemento de relajación acompañado de la foto de una camita. Esto le ayudará -en particular, si es un niño TEA- a anticipar el momento de ir a la cama.
- El día está hecho para crear, imaginar, jugar y, en particular, realizar mucha actividad física para que los niños quemen energía y les resulte más fácil acostarse al caer la noche. Las pantallas pueden tener cabida entre las actividades diurnas, pero hemos de evitar su uso desmesurado y, en cualquier caso, su utilización antes de dormir, porque los dispositivos eléctricos excitan sobremanera a los pequeños. Desaconsejamos, por tanto, cenar con el televisor encendido o permitir que el niño juegue con la tablet después de la cena. Pero podemos utilizar las pantallas, por su gran poder motivador, como reforzador o recompensa. Si el niño realiza bien la rutina del sueño y el ritual previo, le podemos premiar con un ratito de tablet al día siguiente (no más de 10 minutos). Y también podemos incluir ese reforzador en el panel de pictogramas, junto con la imagen del cuento y la cama.
- En ocasiones utilizamos música para que el niño se duerma. Este recurso (al igual que el de mantener una luz encendida) hay que valorarlo en función de las circunstancias concretas (miedos, terrores nocturnos), ya que muchos niños se despiertan al terminar la música o cuando se apaga la luz, por lo que esas medidas pueden ser contraproducentes. Los estímulos innecesarios crean dependencias y conviene evitarlos.
¿Dormir con los padres o en habitación separada?
Esta cuestión está relacionada tangencialmente con lo anterior y me gustaría hacer una breve reflexión al respecto, aunque trataremos el tema en detalle en una próxima entrada.
La cuestión de que el niño duerma o no con los padres no está exenta de polémica. Muchos padres optan por dormir con el niño, bien porque todavía le dan pecho, bien porque son partidarios del colecho. Por nuestra parte, somos de la opinión de que mientras el niño es pequeño no hay ninguna razón para que no duerma con los padres, pero aconsejamos que aprenda a hacerlo solo a partir de los dos años o incluso antes, porque cuanto más tiempo comparta habitación más difícil será modificar este hábito. Tanto los adultos como los niños nos despertamos varias veces durante la noche para verificar, de forma casi subconsciente, que todo está bien, y retomamos el sueño de inmediato. El niño también siente esta necesidad de control y de comprobar que papá y mamá están a su lado.
Al cambiar de habitación, por tanto, se enfrenta a un doble desafío: no solo tiene que iniciar el sueño solo, sino que cada vez que se despierta no ve las tranquilizadoras figuras de papá y mamá. Llama entonces a sus padres y, si ya tiene edad suficiente, comenzará a manipularlos pidiéndoles un vaso de agua o cualquier otra cosa que se le ocurra para prolongar su presencia y atención. Si la argucia funciona, la repetirá noche tras noche.
Cuanto antes comencemos a trabajar la autonomía del niño durante el sueño, más fácil y natural le resultará acostumbrarse. Al principio, podemos estar un ratito con nuestro hijo para ayudarle a ir despegándose. Si al niño le cuesta asumir el cambio, podemos hacerlo progresivamente. Primero nos tumbamos con él en la cama; después nos sentamos en una silla cercana; situamos luego la silla en lugar próximo a la puerta y, por último, dejamos al niño solo (al principio tal vez quiera dormir con la puerta entreabierta).
En ocasiones somos los propios padres los que provocamos esta innecesaria dependencia. Mantenemos al niño en nuestra habitación por «miedo a que le ocurra algo» o «lo pase mal» o simplemente porque es más cómodo mecer la cuna o meterlo en nuestra cama que acudir a su habitación, si se despierta. Salvo casos excepcionales, cualquier niño se acostumbra a dormir solo en cuanto se siente seguro y protegido: sabe que papá y mamá están pendientes de él aunque no estén presentes en la habitación. La autonomía del niño durante el sueño es un pasito más en su desarrollo como persona autónoma en todas las facetas de la vida.
Icíar Casado (Psicóloga)