El juego entre padres e hijos es, además de una actividad agradable para todos, una excelente ocasión para favorecer el desarrollo lingüístico y las habilidades comunicativas del niño, en particular, si aplicamos algunas sencillas estrategias:
¿Cómo deben ser los momentos de juego?
Mejor un lugar fijo
Al niño le gustan las rutinas porque le aportan seguridad: sabe lo que va a ocurrir a continuación. Por ello, es mejor destinar un lugar concreto a las actividades compartidas. Lo aconsejable es que dediques inicialmente unos diez minutos diarios y vayas prolongando ese tiempo gradualmente si observas que tu hijo se siente a gusto y demanda más.
Momentos dedicados exclusivamente al niño
Olvídalo todo: esa plancha pendiente, el informe de la oficina o el libro que has dejado a medias. Este tiempo es para tu hijo. Organízate de tal forma que nada se interponga entre vosotros: esos minutos del día serán vuestro «remanso de paz».
El niño toma la iniciativa
Deja que sea tu hijo el que “mande” y lleve la voz cantante; qué sea él quien decida cómo os sentáis, qué hacéis, cuándo concluye una actividad y comienza otra o sobre qué gira vuestra conversación.
Algunos niños están acostumbrados a que sea el adulto quien planifica todas sus actividades, lo que les lleva a asumir una postura pasiva. Sin embargo, queremos que nuestros hijos sean niños emprendedores y motivados y la mejor forma de fomentar esas cualidades es dejarles que tomen la iniciativa. Implícate activamente en su juego pero abstente de organizarlo.
Imprescindible tener ganas de jugar
Para que el juego sea una experiencia gratificante, todos deben tener ganar de jugar. Si tienes la cabeza en otro sitio o al niño no le apetece jugar en ese momento, mejor aplazarlo. Lo ideal es que la propuesta de jugar parta del niño.
Estrategias para mejorar la gestión de la conversación
Observa cómo se comunica tu hijo
Es importante que observes con atención cómo se comunica tu hijo. Si comienza a vocalizar sus primeras palabras, escúchale con paciencia antes de contestar «no te entiendo» , «repítemelo» o «habla más claro». Fíjate en sus gestos corporales o en lo que señala: te permitirá entender mejor lo que quiere decirte.
Aprende a esperar
Los niños que presentan dificultades en el desarrollo del lenguaje necesitan más tiempo para elaborar sus intervenciones y, con frecuencia, éstas son escasas porque los adultos no les dan tiempo suficiente para responder o iniciar la conversación. Permite que tu hijo se exprese y déjale que lo haga a su ritmo. Cualquier cosa es eficaz para ayudar a que el niño inicie una conversación: un gesto de aliento, una vocalización, una mirada…
Respalda la iniciativa de tu hijo
Un medio eficaz de hacerlo es:
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Imitar los actos del niño: que imites sus gestos, sonidos o palabras no solo le resulta divertido sino que le motiva para seguir haciendo intentos comunicativos porque sabe que te interesa y que das importancia a lo que está haciendo.
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Interpretar los actos del niño: si el niño hace un gesto o vocalización, puedes interpretar su significado y formularle preguntas sobre ello («¿estás contento?», «¿quieres la pelota?»). Interpreta los actos de tu hijo aunque no tengan una intencionalidad comunicativa clara. En ocasiones tu hijo no querrá decir nada en concreto, pero tú le estás aportando modelos de ideas o intenciones. Si se enfada porque no has adivinado qué quiere decir, es buena señal: sabe lo que quiere pedir y quiere comunicarse, aunque en esta ocasión le cueste un poco conseguirlo.
Establece turnos de comunicación
Tu hijo debe comprender que, después de un acto comunicativo, tiene que dar ocasión a su interlocutor (papá, mamá) para que responda; es algo así como un «partido de tenis»: primero habla uno y después lo hace el otro. El intercambio comunicativo ha de adaptarse al nivel del niño: no tiene por qué limitarse a palabras o frases. Un gesto, una vocalización o una mirada también son actos comunicativos.
Alarga las secuencias comunicativas
Cuantos más turnos contenga el intercambio comunicativo, más oportunidades tendrá el niño de mejorar su lenguaje. Cuando tu hijo inicie un tema, trata de alargarlo respetando siempre los turnos.
Estrategias para mejorar el lenguaje dirigido al niño
Es importante que adaptes tu lenguaje y actividad comunicativa al nivel de comprensión de tu hijo. Esta adaptación será progresiva, dinámica y bidireccional, es decir, debes aumentar la complejidad de tu discurso a medida que tu hijo vaya mejorando sus habilidades.
Utiliza un vocabulario acorde con el nivel del niño
Emplea un vocabulario comprensivo y expresivo adecuado a la capacidad del niño: queremos que aprenda, no que desconecte de lo que le decimos. Los niños pequeños entienden palabras que tienen un referente claro, es decir, los nombres de objetos que ven en la realidad o en los cuentos. También entienden y utilizan verbos, pero estos están relacionados, generalmente, con actividades cotidianas. Progresivamente incorporarán a su lenguaje los adjetivos y adverbios.
Utiliza frases cortas
El niño tendrá dificultades para entender frases largas que, por otra parte, tampoco le sirven como modelo que pueda imitar, ya que están muy lejos de sus actividades productivas. La longitud media de un enunciado producido por un adulto debe ser, a título ilustrativo, unas dos o tres palabras más largo que el producido por el niño.
Habla despacio
Habla despacio a tu hijo: no solo facilitas la comprensión sino que le aportas un modelo adecuado que imitar.
Emplea una entonación agradable
Además de su función comunicativa, la entonación desempeña un importante papel desde el punto de vista afectivo. Un tono agradable hace que el niño se sienta seguro, ayuda a establecer un clima de juego idóneo y facilita la comprensión de los enunciados.
Habla claro
Pronuncia claramente cada palabra cuando interactúes con tu hijo. De esta forma facilitas la comprensión y le aportas un modelo fonético adecuado que imitar.
Sonrisas, exclamaciones y onomatopeyas
Las risas, las bromas, las exclamaciones, las canciones, la producción de sonidos extraños o exagerados, las onomatopeyas (ladridos, coches, trenes…) son imprescindibles durante el juego conjunto: el niño lo disfruta mucho más y realiza nuevos aprendizajes.
Estrategias educativas
Amplia los enunciados del niño
Cuando el niño empieza a hablar, sus enunciados contienen por lo general una única palabra que adopta distintos significados dependiendo del contexto. Una forma de ayudarle a mejorar el lenguaje verbal consiste en ampliar estos enunciados en función de los elementos contextuales. Imaginemos, por ejemplo, que nuestro hijo emplea la expresión /baba/ para indicar «Quiero agua». Podemos aprovechar esa circunstancia para preguntarle «¿Quieres agua?”, o podemos exclamar, si hay agua en el suelo, «¡Oh, hay agua en el suelo!”. Te aconsejamos que utilices esta estrategia de forma rutinaria.
Corrige implícitamente los enunciados
Llamamos «corrección implícita» al hecho de corregir las emisiones del niño sin añadir palabras nuevas. Se trata de una eficaz estrategia que demuestra a tu hijo que le has escuchado y entendido y que te permite mejorar su expresión verbal a nivel articulatorio sin necesidad de correcciones explícitas (que serán menos efectivas). Si el niño señala una manzana, por ejemplo, y dice /pea/ basta con que tú digas «manzana». No es necesario que aclares “No es una pera, es una manzana”. Cuando el niño dice /guau guau/ y tú dices «perro», también estás haciendo una corrección implícita.
Valora lo que hace y dice tu hijo
Para el niño es muy importante que el adulto con el que juega valore positivamente lo que hace y dice. Esta estrategia no está destinada a corregir sus producciones sino a mantener su motivación y ganas de seguir jugando. No olvides animar a tu hijo con expresiones como «muy bien» o «así me gusta» o incluso aplaudiendo sus aportaciones.
Preguntas de doble elección
Emplea preguntas que incluyan dos posibles respuestas entre las que el niño debe elegir una. Puedes preguntar, por ejemplo, «¿Cuál quieres, la pelota grande o la pequeña?». Incorpora esta estrategia en tu comunicación diaria con el niño incluso aunque su vocabulario sea reducido.
Preguntas abiertas
Si tu hijo ya construye frases de dos o tres palabras, puedes emplear preguntas abiertas e incluso realizar correcciones explícitas. La dificultad de la pregunta debe corresponderse con el nivel de comprensión y producción del niño. Si está empezando a hablar te recomendamos las preguntas de doble elección o preguntas cerradas con respuestas del tipo «sí/no». En ese estadio de maduración, si formulamos preguntas abiertas como «¿Qué has hecho hoy en el colegio»? difícilmente obtendremos una respuesta ya que el niño carece del vocabulario necesario y tampoco está presente la situación por la que le preguntamos. Es mejor esperar a que el niño realice una intervención a partir de la cual podamos hacer comentarios o preguntas que le permitan evocar las experiencias vividas o las actividades realizadas en el colegio.
Eva Estrada (Logopeda)