Existe la creencia, hasta cierto punto generalizada, de que los hijos pequeños son una extensión de los padres. El resultado es que los adultos lo deciden todo acerca de la vida cotidiana de los niños.
Nuestra viñeta de hoy se centra en algo tan básico como la elección de la ropa, pero este hecho lo observamos en asuntos bastante más espinosos como, por ejemplo, la forma de expresarnos. Muchos adultos se dirigen a sus hijos, por norma, utilizando el plural. Así, si el niño o la niña están enfadados, escuchamos cosas como «Hoy nos hemos levantado de mal humor», lo que obviamente no tiene sentido, porque en ese escenario solo hay una personita enfadada. Y no es papá ni mamá. Al utilizar el plural provocamos confusiones de identidad emocional.
Padres y madres tienen la responsabilidad de ofrecer a sus hijos las herramientas necesarias para que puedan desarrollarse y vivir de la mejor forma posible, sobre la base de que en sus vidas se desenvolverán en un mundo cambiante y complejo en el que se sucederán situaciones buenas y malas. Y, en cualquiera de ellas, tendrán que tomar decisiones.
En esto de la educación podemos adoptar, a rasgos generales, dos enfoques:
▶️ Decido lo que hace, dice o decide mi hijo.
▶️ Le ofrezco herramientas para que pueda hacer, decir o decidir.
Si nos preguntasen por cuál de las dos opciones nos decantamos, la mayoría de nosotros responderíamos que por la segunda. Sin embargo, en la práctica olvidamos esto o, para ser exactos, lo dejamos de lado para simplificar y reducir los tiempos de la logística diaria. Después de todo, a corto plazo, es mucho más fácil y rápido imponer que ofrecer herramientas y encontrar el tiempo necesario para enseñar a utilizarlas.
La cuestión es que, al final, esto se vuelve en contra de todos. Hay una escena habitual en consulta: padres que se quejan de la falta de autonomía, de la falta de iniciativa, de la falta de madurez o de la incapacidad de sus hijos para tomar decisiones.
La toma de decisiones está estrechamente vinculada con el bienestar emocional, hablemos de adultos o de niños. Es un aprendizaje complejo y un componente fundamental de la función ejecutiva que debemos entrenar desde que los niños son muy pequeños.
En el próximo post hablaremos de la forma idónea de fomentar la adopción de decisiones. Es obvio, sin embargo, que no se trata de dejar que los niños elijan lo que les da la gana. Aquí como en todo, debe prevalecer la responsabilidad parental y el buen juicio. Nuestro cometido principal es ayudarles a recopilar la información necesaria para poder decidir (algo que por su madurez cognitiva todavía no está a su alcance) y fomentar así el pensamiento reflexivo.
Si generamos y, sobre todo, si aprovechamos situaciones cotidianas en las que nuestros hijos tengan ocasión de elegir con nuestro acompañamiento, fortaleceremos los cimientos sobre los que se asienta el desarrollo de la conducta reflexiva en consonancia con los propios sentimientos. Y esta es la base de la asertividad.