Charlaba hace poco con un adulto con TDAH acerca de cómo recordaba su infancia. Soy madre de un hijo con un muy probable trastorno por déficit de atención con marcada hiperactividad, por lo que esa charla me hizo recapacitar sobre mi propia experiencia y la de tantos padres que llegan a consulta con la pesada carga de la culpabilidad.
La viñeta de hoy es resultado de esa reflexión.
«Desde que tengo cinco años he sabido que soy un niño «tocapelotas» -rememoraba esta persona-. Mis padres me adoran. Y, hasta donde recuerdo, jamás les he escuchado decirme que estaban hartos de mí. Sin embargo, solo necesitaba verles la cara para saber que no podían más. ¿Has oído eso de que a buen entendedor pocas palabras bastan? A un niño le bastan muy pocas palabras para saber lo que piensan sus padres de él».
Cuando un niño o una niña con TDAH (u otra condición) se lo pone muy difícil a su familia, aun sabiendo que sus comportamientos se deben a la ausencia de control y no esconden intencionalidad, termina provocando irritación incluso en los padres más pacientes. Y dependiendo del estado de ánimo, de cómo haya trascurrido el día o del grado de cansancio, esa irritación puede alcanzar la exasperación. Surgen entonces sentimientos contradictorios («adoro a mi hijo, pero no lo soporto»), miedo («si yo pienso esto, qué pensarán los demás»), culpabilidad («no quiero sentir esto») y mucha pena, porque saben que su hijo o hija es consciente de lo que sienten en ese momento.
Algunos padres no reprimen la irritación y se expresan sin reservas («eres insoportable», «no hay quien te aguante»); otros se esfuerzan por no dejar traslucirla. Sin embargo, el cuerpo acostumbra a decir lo que callamos. Y los niños son avezados lectores del lenguaje corporal. Por eso, como decía mi interlocutor, «somos conscientes desde muy pequeños de ser niños ‘tocapelotas’»-. De ahí que tantos niños acostumbrados a estas dinámicas familiares pregunten a sus padres, cuando las cosas están más tranquilas, «si los quieren». Y que, ante esta pregunta, a los padres se les encoja el corazón.
La viñeta refleja esos pensamientos contradictorios que tan mal nos hacen sentirnos. No es fácil liberarse de esa sensación. Pero todos somos humanos y no podemos evitar el sentirnos agotados, frustrados o sobrepasados en algún momento. Amor y agotamiento no son excluyentes. Esos pensamientos no son más que la manifestación de la necesidad de un respiro. No se trata de luchar contra ellos (y además es ineficaz), sino de aceptarlos y ser conscientes de que se producen porque tu hijo o tu hija te importan. Y de que, probablemente, necesites que alguien te eche una mano.
Enseñar a los padres a ser compasivos consigo mismos y a comprender que no son malas personas, sino simplemente personas sobrepasadas es, por lo general, uno de los primeros retos del enfoque terapéutico.
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