Nuestra principal preocupación como psicólogos
El niño con tartamudez es un niño vulnerable. Esto es algo que vemos a diario a consulta: la tartamudez afecta emocional y socialmente, porque el niño se enfrenta cada día a numerosas situaciones de exposición. Se expone ante sus profesores y, lo que es peor, se expone ante sus compañeros y al temor de ser objeto de sus burlas o de la exclusión del grupo.
Esta es la faceta que, como psicólogos, más nos preocupa de la tartamudez. Los trastornos de fluidez en el habla son, por supuesto, importantes y generan mucha frustración en el niño, pero la repercusión de todo aquello que rodea a la disfemia pueden conllevar graves costes emocionales y sociales: sentimiento de vergüenza y retraimiento, ansiedad, baja autoestima, problemas psicosomáticos, escasa habilidad social o déficits comunicativos o en el desarrollo del lenguaje.
Esta es la razón por la que, en la entrevista de recogida de información inicial que mantenemos con las familias, el primer filtrado que realizamos gira en torno a esta cuestión. De acuerdo, el niño tartamudea, pero aparte de esto, ¿hay malestar emocional?, ¿hay conductas de evitación?, ¿tiene dificultades para integrarse en su grupo de iguales? Si la respuesta es afirmativa, nuestro enfoque será diferente del que adoptaríamos de mediar una tartamudez exclusivamente. No podemos centrarnos sin más en las dificultades de fluidez. Debemos abordar la situación escolar del chaval y su bienestar emocional antes de intervenir sobre los problemas de disfemia. Y esto requiere el trabajo combinado del logopeda y el psicólogo.
Exposición controlada al estímulo ansiógeno
Hablar con los tutores del centro escolar es, obviamente, un paso obligado en este proceso. A menudo observamos que el tutor desconoce que el niño es tartamudo, porque este se retrae hasta tal punto que termina pasando por «el niño callado de la última fila».
Nuestro cometido en este caso consiste en establecer, mediante contacto regular con el tutor, un programa de intervención coordinado con el centro y aportar pautas para que profesores y terapeutas sigan la misma línea de actuación. Una de estas pautas es la de evitar al niño cualquier situación de exposición. El niño con tartamudez que se retrae para no enfrentarse a situaciones que desencadenan estados de ansiedad no tiene por qué leer en clase en voz alta, ni por qué exponer la lección ante sus compañeros ni por qué levantar la mano, ya que este tipo de acciones no le aporta beneficio alguno y sí facilita en cambio la aparición de trastornos comórbidos.
Una de las fases de intervención del proceso terapéutico consiste en diseñar una jerarquía de situaciones en las que el niño puede ir exponiéndose de forma gradual manteniendo en todo momento el control de la situación. El niño necesita tener experiencias de éxito en un entorno controlado que, en el fase inicial, será el gabinete. Una vez que se sienta seguro en este primer escenario, seguiremos reforzando esas situaciones de éxito en casa. Y cuando lo consiga en casa, el paso siguiente será colegio. Este será siempre el último de los escenarios.
El colegio lo último
El colegio se deja para el final porque es el peor de los escenarios. Se trata de un entorno de sobre-exposición en el que el niño pasa muchas horas del día y sobre el que apenas tiene control. Nuestro cometido es que el niño se empodere, experimente experiencias de éxito, gane confianza en sí mismo y adquiera estrategias y destrezas comunicativas que faciliten la fluidez del habla para que pueda enfrentarse a esas situaciones con creciente confianza.
Detección y prevención: clave del éxito
Las repercusiones sociales son muy importantes para el niño con disfemia y todos –padres, profesores y compañeros de clase– debemos estar concienciados y formados para detectar y prevenir el bullying, ya sea a través de campañas informativas, talleres específicos y protocolos de actuación internos. Ante el niño que no habla o que no participa con los otros, preguntémonos siempre el por qué: tras esa presencia silenciosa se esconde, muchas veces, una tartamudez y, tal vez, una situación de acoso escolar.
Icíar Casado (Psicóloga)
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