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Una maravillosa herramienta evolutiva

El libro «La conquista del lenguaje» de Xurxo Mariño, Doctor en Ciencias Biológicas y miembro del grupo de investigación Neurocom, recoge un relato que refleja la naturaleza espontánea del lenguaje -al menos para los que compartimos las opiniones de Chomsky-. Xurxo expone un interesante ejemplo, pero a lo largo de la historia de la humanidad han sido muchas las circunstancias en las que los hombres, sin disponer del mismo código lingüístico, terminan encontrando la forma de comunicarse entre sí con fluidez.

Cuenta Xurxo que, en los años 70 del siglo pasado, el gobierno nicaragüense llevó a cabo un programa de escolarización de niños sordos que vivían en poblados aislados. Su propósito era enseñarles a producir sonidos, a utilizar un alfabeto manual y a leer los labios. El resultado fue descorazonador. No había forma de que aprendiesen nada. Sin embargo, los profesores observaron que, en los recreos, los niños se acercaban y comunicaban entre sí fácilmente echando mano de los rudimentarios signos que cada uno de ellos había inventado en sus casas para entenderse con sus familias. Al poco habían incorporado una sintaxis espontánea a este lenguaje incipiente y, algún tiempo después, habían desarrollado una gramática gestual compleja y bien organizada.

Lo más llamativo del asunto, sin embargo, era que los niños sordos que se incorporaban posteriormente a la escuela, aprendían esta lengua «pidgin» (término aplicado a las lenguas creadas por personas que no comparten un código lingüístico común) sin mayores dificultades. Tanto es así, que hoy esa forma de comunicación se conoce como el «idioma de signos nicaragüense» y es utilizado de manera generalizada entre la población sorda del país.

El propio Oliver Sacks relata una situación semejante en su libro «Veo una voz». Recuerda el neurólogo que, con motivo de los Juegos Mundiales de Sordos, se reunieron jóvenes sordos procedentes de distintos países con lenguas de signos diferentes. A pesar de no compartir un mismo sistema lingüístico, rápidamente encontraron la forma de comunicarse entre ellos y, a juzgar por las risas, con la fluidez suficiente como para contarse anécdotas y chistes.

Así son las cosas: allá donde se reúnen más de dos seres humanos, surge el lenguaje como mecanismo aglutinante. Es poco concebible un grupo humano, por primitivo o rudimentario que sea, que no teja al menos una forma de comunicación básica.

El lenguaje es, sin duda, el arte evolutivo más complejo sobre la faz de la Tierra; un conjunto prodigioso de elementos verbales, no verbales y paralingüísticos que nos permite expresar pensamientos, sentimientos, deseos y necesidades sin los límites del aquí y del ahora. De hecho, sin límite alguno gracias a la capacidad simbólica.

Es un logro portentoso, lo mires por donde lo mires. Y como ocurre con todo logro, de nosotros depende el uso que de él hagamos.

 

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