Los medios audiovisuales como herramienta de aprendizaje
Además de una forma de entretenimiento, los medios audiovisuales constituyen hoy un valioso instrumento para generar conocimientos y aprendizajes en el niño. A pesar de ello, nos encontramos con chavales que no saben cómo relacionarse con las pantallas, a los que cuesta mantener la atención sobre determinados contenidos y que incluso manifiestan un claro rechazo a utilizarlas con la finalidad práctica de adquirir conocimientos, cuando –como bien sabe cualquier padre o madre– pueden pasarse horas «abducidos» por este medio cuando se trata de recibir estímulos como meros espectadores pasivos.
¿Qué ha cambiado entonces?
La relación niño-pantalla no es nueva en absoluto –de hecho, numerosos estudios realizados sobre la materia señalan los beneficios que puede aportar un uso responsable de las pantallas, aunque también advierten de cómo un consumo excesivo o un contenido inadecuado puede lastrar determinadas facetas del desarrollo infantil–.
Lo que sí ha cambiado hoy, como consecuencia de una pandemia que afecta a la totalidad del planeta, es la forma en cómo los adultos esperamos que nuestros hijos se relacionen con el medio audiovisual. De la noche a la mañana, padres y profesores queremos que los niños dejen de ser meros receptores pasivos (por lo general, de estímulos visuales, poco demandantes a nivel cognitivo y que no requieren una respuesta precisa) y se transformen en agentes activos de las tecnologías audiovisuales, capaces de mantener su atención en actividades formativas que, salvo excepciones, son bastante menos entretenidas y mucho más exigentes desde el punto de vista intelectual que una serie de dibujos animados o un vídeo-juego, pongamos por caso. En esta nueva relación niño-pantalla, en la que hasta ahora ha llevado la voz cantante el sistema límbico de nuestros chavales (ámbito de las emociones), queremos que reine el córtex frontal (funciones ejecutivas). Y sin proporcionarles un libro de instrucciones.
Así, esperamos que nuestros hijos se concentren; que aprendan materias áridas; que realicen las tareas del cole; que sigan sus actividades extraescolares y que mantengan sus terapias por medios telemáticos. Cuando esto no ocurre y nuestro hijo deja de prestar atención al poco tiempo o simplemente se muestra reacio a intentarlo, decidimos que las pantallas solo valen para entretener y las descartamos como herramienta de aprendizaje.
Cualquiera de las actividades citadas exige concentración y, para que haya concentración, el niño no puede actuar como agente pasivo: tiene que ser capaz de focalizar activamente su atención en un estímulo y, además, mantener esa atención, lo que involucra procesos cognitivos bastante más «laboriosos».
Todos comprendemos la complejidad que entraña enseñar a leer a nuestros hijos. Por ello, cuando nos embarcamos en ese proceso, buscamos un espacio libre de distractores en el que puedan familiarizarse sin interrupciones innecesarias con letras, sílabas y palabras; aumentamos progresivamente la dificultad de las lecturas a medida que avanzan en su aprendizaje, les leemos cuentos o realizamos lecturas conjuntas y les animamos a intervenir mostrándoles ilustraciones, haciéndole preguntas sobre las mismas y explicándoles y ampliando determinados aspectos para mejorar su comprensión y vocabulario. Y, sobre todo, celebramos cada uno de sus avances. Y lo hacemos porque comprendemos que el dominio instrumental de la lectura (y de la escritura) -la alfabetización- es fundamental para poder acceder a otros conocimientos y aprendizajes indispensables en su vida futura.
Alfabetización tecnológica: un proceso complejo
La «alfabetización tecnológica» tampoco es un aprendizaje sencillo: al igual que la lectura, requiere de condiciones idóneas, de ausencia de distractores y de un trabajo progresivo y sistemático para aprender a hacer un uso instrumental de las tecnologías y mejorar nuestras habilidades comunicativas a través de las mismas.
Los medios audiovisuales tienen una función que va mucho más allá del mero entretenimiento. Pueden ser un excelente instrumento para difundir conocimientos, valores y actitudes ante la vida. Enseñemos a nuestros niños a utilizarlos de forma crítica y responsable para evitar su consumo inadecuado, indiscriminado o excesivo. Hagamos de estas herramientas, estrechamente vinculadas con nuestra vida cotidiana, un eficaz recurso de aprendizaje y desarrollo personal y no un mero mecanismo de evasión.
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